De ¨eso¨ no se habla, nos decían de chiquitos. Pero la realidad es que ¨eso¨ se habla solo, por más que nos tapemos los oídos.
Por mucho tiempo se pensó que la sexualidad era una cuestión reservada a los adultos, que los niños no entendían nada de esas cosas hasta la vida madura. Y solo cuando Freud se animó a declarar semejante escándalo, pudo comenzar a pensarse en el ser humano como un ser sexuado desde su nacimiento (claro que no de la misma manera que un adulto, quizás eso no se entendió muy bien).
Lo que descubrió Freud, fue que en el ser humano la sexualidad más que una función biológica era una disposición que evolucionaba desde formas primitivas antes de alcanzar la genitalidad o el placer propio de los órganos genitales. La maduración biológica vendría acompañada por la presencia de un otro (para Freud la madre) capaz de acariciar ese cuerpo que el bebé experimenta como fragmentado al nacer, pero que logrará unificarse a partir de esta estimulación que Freud llamó libidinización y que le proporciona al cuerpo un valor erógeno, es decir, el valor de generar un placer sexual.
Es decir, los niños son seres sexuados desde su nacimiento, sí, pero lo que entienden de la sexualidad tendrá que ver con lo experimentado en su propio cuerpo a lo largo de su desarrollo y con el momento evolutivo por el que están atravesando. Basta prestar atención a esas fantásticas teorías que inventan acerca de cómo se hacen los bebés para entender de lo que estamos hablando.
Con Freud también descubrimos que esta sexualidad primitiva propia de la vida infantil quedaba finalmente sepultada por lo que él llamó represión y que algunas de estas tendencias primarias subsistían constituyendo parte saludable de la sexualidad adulta aunque también manifestándose de manera perturbadora. Será justamente por esta especificidad de la sexualidad humana, infantil y reprimida, que paradójicamente será además traumática, es decir, difícil de ser hablada.
Pero si bien es cierto que la sexualidad es difícil de ser hablada, también es cierto que por otro lado se habla sola. Porque al ser parte constitutiva de nuestra vida anímica y no solo una función biológica se manifiesta en cada una de nuestras conductas y especialmente en nuestra modalidad de relación con los otros. Sin ir más lejos, cuando un caballero le cede su asiento a una dama y la dama le ofrece una mirada complaciente, cuando la mamá emperifolla el cabello de su niña y peina con gel a su varoncito, se está escenificando no solo la diferencia de géneros sino también la identidad sexual que porta cada individuo.
Por eso es que cuando se debate sobre la fundamentación de la educación sexual, y es en esto donde quisiera hacer hincapié, no debería tratarse tanto de decidir si le hablamos o no de sexualidad a los chicos, sino de reconocer que en todo momento estamos expresando nuestra particular manera de entender y valorar la sexualidad, incluso al acallarla.
Ahora la pregunta del millón ¿Qué podemos hacer los adultos para ayudar a que la vida sexual de nuestros niños y jóvenes evolucione de manera saludable? Y lo primero que se me ocurre es empezar por destaparse los oídos y escuchar como de ¨eso¨ sí se habla.
Desde ya que no se trata de algo sencillo, pero más allá de todos nuestros prejuicios y temores, los adultos nos podemos dejar de estar atentos al flujo de información a la que hoy los chicos acceden, ya sea a través de internet, la televisión, o el propio grupo de pares. Porque si bien habitamos un mundo que se muestra más abierto y tolerante en el reconocimiento de las diversidades, no podemos negar que también es un mundo que se presenta muy complaciente frente al exhibicionismo y la pornografía.
De esta manera, la educación sexual hoy no pasa solo por el ámbito escolar ni por enseñarles a chicos ya adolescentes como se hacen los bebés (seguramente ya lo saben bien). Se trata más bien de poder transmitirles el porqué un señor vestido de mujer se para cada noche en la esquina, de contarles cómo es que a través de un acto placentero es posible contagiarse ciertas enfermedades, de conducirlos a discernir cuando una caricia es una caricia y cuando no lo es, de enseñarles a cuidar de su propio cuerpo, a preservar su intimidad y a respetar las diferencias.
Creo que a esta altura podemos acordar que frente a la educación sexual de los chicos ya no vale taparse los oídos. De eso sí se habla y de la manera más clara y transparente que nuestra honestidad lo permita.
Lic. Julieta Monteros - Psicóloga - MP 94563